Los lectores de Diario de Castellón se sorprendían, tal día como hoy de 1879, con el «susto mayúsculo» que se llevaba el cochero de un carruaje fúnebre encargado de conducir al cementerio municipal a un hombre fallecido en el hospital de la ciudad, entonces situado donde hoy se alza el palacio de la Diputación Provincial. La culpa, de un amigo de un enfermo que había llegado demasiado tarde a visitarlo en su lecho de muerte y, ni corto ni perezoso, se habría subido sin ser visto a la tartana de su último viaje, para despedirse de él. Al oír ruido «y ver asomar por una de las ventanillas la figura de un ser humano», el cochero había huído «dejando en medio del arroyo la tartana».
Cero Cuarenta 